“El Sol ve todo lo que hago, pero la Luna guarda mis secretos” J.M. Wonderland
Hace un par de años pasó por mi mente el título de este texto al recordar algunos momentos memorables con la luna, especialmente cuando hemos estado juntas en la montaña. El texto se demoró un poco, pero llegó el momento de la versión final, de compartir dos historias con la luna en la montaña, quizá por ser este el lugar en el que mi espíritu está más atento a recibir las señales, o al menos no hay tanta interferencia.
Les contaré entonces un poco de la luna, un símbolo del poder femenino, un satélite natural que ejerce un gran poder sobre nosotros los humanos, y sobre todo lo que hay en la naturaleza. En culturas ancestrales y filosofías tradicionales, la vida de hombres y mujeres se ha regido en función de la luna, no sólo los ciclos agrícolas, también la vida política y social. Los ciclos de la luna también han estado relacionados históricamente con los ciclos femeninos. La luna es energía Yin, lo receptivo, flexible, asociada a la oscuridad, a la pasividad, simbolizada por la mujer, la tierra y el agua.
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Luna llena, julio 27 de 2015, la Expedición Colombo Suescuna Huayhuash 2015 compuesta por María Isabel Ramírez, Luis Felipe Ossa, Alex Torres, Diego Cortés y yo, emprendimos un viaje de exploración a la Cordillera Huayhuash en Perú. Conseguimos escalar una bella montaña,Rasac – en quechua significa Sapo, un animal lunar (6017 msnm)-, “la más fácil” de esta cordillera. Pudo haberlo sido, hace unas décadas, cuando seguramente tenía mucha más nieve y menos terreno descompuesto. La escalada fue excepcional, terreno mixto, rampas de hielo y nieve, balcones de roca descompuesta y al final una hermosa y aérea cornisa que nos regaló una panorámica completa de la majestuosidad de Huayhuash.
El día después de la escalada, María Isabel y yo tuvimos que dejar el campamento de altura, en el que llevábamos cinco días y donde hubiéramos querido seguir por más, debido a una fuerte reacción alérgica que yo estaba desarrollando desde que bajamos de la cumbre y que no parecía mejorar. Unas horas de vertiginoso descenso en medio de una reacción alérgica y una compañera sin botas usando tenis para ciudad casi 7 números más grandes, nos llevaron al campamento base, donde disfrutábamos de la deliciosa comida del amable Hilario mientras nuestros compañeros (Diego, Alex y Lucho) estaban a punto de hacer un intento al Yerupajá (la segunda montaña más alta del Perú).
La habíamos visto de frente por los últimos cinco días en los que estuvimos acampando a sus pies, era inmensa, majestuosa, demasiado bella y muy imponente. Los chicos intentarían escalarla esa noche, la noche de luna llena. Una noche blanca muy hermosa pero también muy fría.
El paisaje desde la carpa cocina era majestuoso, un blanco tan brillante que parecía plata. El blanco contorno de las montañas se confundía en el fondo plateado del cielo, iluminado por una luna blanca muy muy brillante. Las montañas ante nuestros ojos; el Rondoy, el Jirishanca, el Yerupajá, enormes e imponentes diosas que día a día nos mostraban su grandeza. No sólo su imponente figura, sino los estruendosos ruidos provenientes de las avalanchas que caían constantemente por sus verticales paredes de hielo y nieve.
Esa noche, María y yo dormimos en la única carpa que teníamos en el campamento base puesto que las demás estaban en los campamentos de altura. Desperté a la madrugada y sorprendida por el sueño que acababa de tener salí de la carpa, la madrugada más blanca y brillante que he visto en mi vida. En el sueño era el día siguiente, María y yo bajábamos por un sendero hacia nuestro campamento mientras veíamos regresar a nuestros compañeros; primero llegaba Lucho, luego Diego y finalmente Alex, uno tras otro con sus enormes morrales y esa cara de cansancio y satisfacción que tenemos los montañistas después de haberlo dado todo. Mientras contemplaba esa madrugada brillante afuera de la carpa, veía con mucha claridad sus rostros, recordaba las escenas del sueño, eran tan reales, parecía que los estuviera viendo.
Al día siguiente, después de una deliciosa trucha frita que recién pescaba el buen Hilario y de largas conversaciones con María decidimos caminar un poco por un sendero que se encontraba al lado de una cascada que teníamos en frente. Queríamos ver qué había allí arriba y además pasar un poco el tiempo, era nuestro día de descanso y ya no teníamos más planes aparte de esperar a los chicos, quienes ya bajarían seguramente al día siguiente. Hasta aquí, no teníamos forma de comunicarnos con ellos para saber si habían escalado finalmente esa noche o habían decidido esperar un día más.
Caminamos durante la tarde, nos bañamos en la laguna que encontramos al final del camino, la rodeamos y regresamos al campamento antes que se pusiera el sol. Mientras bajábamos hacia el campamento, empezamos a ver personas que parecían acercarse, no creíamos que fueran nuestros compañeros puesto que los campamentos uno y dos estaban lejos y ya pensábamos que llegarían al día siguiente. Bajamos un poco más y sí eran ellos, primero llegaba Lucho, luego Diego y finalmente Alex, exactamente como en el sueño de la noche anterior, ¡la escena era exactamente la misma! Habían hecho un intento, pero la noche estaba demasiado fría y la escalada, bastante comprometida, les podía costar algunos deditos congelados así que decidieron bajar de la montaña y regresar al campamento base.
La luna me había hablado durante la noche, me despertó para contarme que ellos estaban escalando y me mostró que regresarían a salvo. La ofrenda que hicimos en el ascenso a los campamentos de altura había sido bien recibida; cada uno de nosotros quemó 3 hojas de coca, planta sagrada, frente a la montaña e hizo su ofrenda y oración silenciosa. Yo había dejado también algunos cristales en el campamento uno, dos y en la cumbre del Rasac. La montaña había escuchado y la luna me compartió el secreto.
Luna nueva, julio 18 de 2017. Branca Franco y yo partimos rumbo a la Esfinge, una concurrida pared de 750 metros de granito dorado en el valle de Parón en la Cordillera Blanca en Perú. Varios amigos habían estado allí hacía unos días y nos habían hablado de lo “ocupada” que había estado la pared. Días de 8 cordadas en la ruta normal, muchas más personas en el campamento base y en las cuevas cercanas a la base de la pared. Nosotros habíamos decidido esa fecha especialmente por las condiciones de aclimatación. Yo había llegado a Huaraz a comienzos de julio y Branca llevaba un par de meses más pero no había hecho muchos ascensos de altura.
Yo llevaba en mente algunos itinerarios para aclimatar antes de la Esfinge; una vía de varios largos en roca por encima de 4000 msnm llamada Misión Lunática en la Quebrada Llaca, una vía mixta (roca y nieve) en el nevado Huamashraju (5434 msnm) con mi gran amigo Rodrigo Mendoza y finalmente un ascenso al nevado Huarapasca (5420 msnm), que no estaba dentro del itinerario inicial pero que se consolidó como el plan perfecto para subir por encima de 5000 msnm un par de días antes del gran pegue. En ese ascenso, hicimos cordada con la Branquinha y estuvo espectacular. Una conexión de cordada y fraternidad como de otra vida.
Mientras esto pasaba la luna menguaba. Los días de pared ocupada coincidieron con la luna llena, seguramente muchos los habían escogido así por la luz en los descensos. Nuestro pegue llegó con la luna nueva. La noche del 19, antes de la escalada, fue una noche oscura, muy muy estrellada y el viento realmente muy tranquilo. El día de escalada fue fenomenal, el clima perfecto, escalamos rápido, sin problemas, con mucha fluidez y no nos perdimos. Salimos a la cumbre en un atardecer de colores intensos, con el sol iluminando a las imponentes cumbres del Huandoy, el Pisco, el Chakraraju, la Pirámide y el nevado Caraz, otro de los paisajes más alucinantes que he podido ver en las montañas.El descenso de la pared no es nada fácil, son pocos rapeles (3x 60m) pero el desgaste de la escalada los hace más peligrosos y comprometidos. Las indicaciones deben ser seguidas con cuidado pues un error podría ser fatal. Así que con mucho cuidado y cansancio logramos descender con éxito, sin caídas por la morrena, encontramos sin dificultad los hitos que habíamos puesto en el camino de descenso, desde la base del rapel hasta la cueva, como ejercicio de aclimatación el día anterior y la identificación reflectiva en la entrada de la cueva. Llegamos sanas, salvas y absolutamente satisfechas a comer, porque moríamos de hambre.
Un momento antes de comer me metí en mi sleeping a descansar un poco los músculos, ¡Me dolía hasta el pelo! En ese momento sentí un leve calambre abdominal como un pequeño cólico que me sacó de mi momento de júbilo, cansancio y a la vez felicidad. Me quedé un poco más en mi sleeping, comimos un poco de sopa de quinua con verduras y salí al baño antes de dormir. Cuál sería mi sorpresa al darme cuenta que ese leve cólico me estaba avisando que mi menstruación acababa de llegar, exactamente después de un largo día de 17 horas de escalada y descenso por rapel y morrena. ¡Me sentí tan feliz! Realmente no podía creer ese regalo. Algunas mujeres pensarán que lo peor que puede pasar es que llegue ese momento en la montaña. En este instante me sentí muy agradecida, de inmediato entendí lo que había pasado, realmente todo había sido un regalo de la montaña, de la luna, seguramente se habían puesto de acuerdo, y yo con ellas sin saber.
Un par de días antes de la escalada, en la caminata de aproximación a la pared nos sorprendió no encontrar a nadie, a pesar de que nos habían dicho unas semanas atrás que a la pared no le cabía una cordada más. En el campamento base nadie, en las cuevas nadie, en la pared nadie. Estuvimos completamente solas en este lugar tan mágico y especial, lo que hacía más emocionante todo y a la vez más comprometido pues sólo estábamos Branca y yo, alguna de las dos, o ambas, debíamos solucionar todo lo que se presentara. Pero la luna nos cuidó, nos regaló un día espectacular de escalada, una mañana soleada y una tarde sin mucho viento que nos permitió escalar fluidamente sin sol, sin congelarnos y finalmente un descenso nocturno oscuro, pero a salvo.
Esa noche, mirando de frente la pared en una noche “sin luna”, ella me susurró que estaba feliz de nuestro ascenso, que habíamos hecho lo correcto en escoger esa fecha, que había aceptado la ofrenda que le hicimos con mucha humildad (una amatista pequeña en forma de corazón que dejamos en la cumbre) y que mi menstruación era parte de la ofrenda, en agradecimiento profundo y en una muestra de mi conexión con ella. La madrugada siguiente nos despertó el ruido del viento y de dos cordadas en la pared. El día amaneció muy frío y con un viento tremendo que disminuía la sensación térmica mucho más. Ese día la escalada hubiera sido mucho más hostil, para nuestra fortuna ya habíamos escalado y sólo nos quedaba recoger nuestras cosas, bajar a tomar chelas y a celebrar.